martes, 22 de mayo de 2012

¿Dónde estabas?

¿Dónde estabas cuando a los quince años; el sol calentaba el asfalto y el aire, mientras otros repartian propaganda barata contra lo que sea?

¿Dónde estabas cuando en las noches nubladas, otros discutían, preocupados por la seguridad de sus hermanos?

¿Dónde estabas cuando en las madrugadas, otros morían de sueño y en pie sujetaban sus armas esperando asustados los golpes de las bestias?

¿Dónde estabas cuando otros caían dignos por su propio peso, volviendose a levantar?

¿Dónde estabas cuando la locura mantenía el insomnio de los otros?

¿Dónde estabas cuando todo se prendía en llamas, los sueños, la inocencia... Dónde estabas cuando las miradas eran cómo cuchillos?

Te diré dónde estás:

Estás entre las multitudes ahora que son cómodas, y la luz no te quema por estar cubierto en las sombras de alguien más.

Estás cerca del micrófono, de las miradas, de la cámara, del espejo de otro. Que bien me veo, piensas...

Estás esperando a admirar tu propia obra sin haberte ensuciado las manos lo suficiente, sin haber aprendido lo que es destruir primero.

Estás entonces siguiendo las mareas, cayendo en cima de otros, cuando todos se apaguen, tú también lo harás.

¿Después de ahí, dónde estarás?

jueves, 10 de mayo de 2012

La Palabra


A la palabra no hay que soltarla de inmediato; hay que forjarla, templarla, cómo a una daga. Cuando esté lista, entonces, clavemosla y matemos, cómo asesinos. De otro modo, dejaremos sólo a heridos, que en otro tiempo, vendrán a matarnos...

miércoles, 9 de mayo de 2012

Cuento "La Representación"


La Representación


  Los tres parecían gárgolas reposando en la oscuridad, sus padres en las mecedoras y él en el sofá individual, apenas y se movían, sus caras se alumbraban con los cambios de escena que sucedían en la película; veían Casablanca. El viejo, aún estando sentado, seguía sosteniendo el bastón. Su madre pestañeaba como de costumbre, se dormía.  Él prestaba atención a ratos, estaba concentrado en el ruido  que su padre hacía con la mandíbula; los veía de reojo, luego volteaba a ver la hora: era media noche. Al prender la luz, su madre  bostezaba, comentó lo poco que vio de la película, disimulaba el hecho de haberse quedado dormida, desvariaba intentando darle hilo a la secuencia de lo sucesos. Él lo sabia muy bien, conocía sus mentiras. Había visto Casablanca muchas veces, un “clásico” como todo mundo decía, qué actores, pensaba; repetía los diálogos en la mente, a veces los seguía con los labios. Su padre opinó lo de siempre: los buenos films no envejecen, aseveraba. Se le hacía absurdo cómo su madre se quedaba dormida todo el tiempo,  también  con las buenas películas; nunca se daba cuenta de nada, “Fantasma ciego” la nombraba él en su mente.  Fuera de eso le decía mamá, mamá y papá; siempre los había llamado así, nunca por sus nombres, esos ya los había olvidado hace mucho. Él siempre había sido Esteban, sin diminutivos;  un nombre serio,  pensaba su padre. Esteban saca tu basura, no se te olvide tomarte tus pastillas; la otra vez te fue muy mal, dijo la madre, él asintió con la cabeza, mientras  les abría la puerta. El padre apuraba a la vieja que no dejaba de dar instrucciones; le dio unas palmadas en la espalda a Esteban y se despidieron rápido.

  Pasado un rato telefoneó a casa de sus padres. Ninguna novedad, habían llegado hacía un par de minutos.  Encendiendo un cigarro y bañándose de humo marcó otro número. En la otra línea contestó una voz que intentaba parecer femenina: ¿Sí corazón?, Quisiera un servicio, de preferencia delgada, no muy alta, dispuesta a lo que sea. La voz en la línea soltó un nombre "África". Le pareció perfecto, colgó la bocina, se cambió de ropa, tomó uno de los bastones que tenía de su padre, apagó las luces de la casa, se sentó en el sofá y espero a oscuras. La brasa en el cigarro palpitaba de furia. Se escuchó el motor de un coche, llamaron a su puerta, la voz le pareció nasal, fingida, desagradable. Pase, está abierto. África  entró despacio. Cuando cerró la puerta y la oscuridad la cubrió, apenas y podía ver los ojos abiertos de Esteban, que poco a poco iban alzándose; se puso de pie, en una mano llevaba el bastón. Antes de que África pudiera decir algo, Esteban soltó un hijo de puta, mira como vienes,  blandió el bastón y alcanzó a darle en el rostro. África cayó sobre el sofá, cubriéndose con ambas manos. Esteban le dio un par de golpes más, suficientes para inmovilizarla; de un jalón le quitó la peluca;  tirando del brazo la arrastró hasta el comedor, África soltaba patadas, zarpazos, arañaba los muebles,  intentaba sujetarse de las paredes, gritaba inútilmente. Esteban repetía un monólogo, recuerdos de un tiempo pasado.  ¡No dejaré que mi hijo se vuelva un marica, en esta familia todos somos hombres de bien, no pervertidos, que asco! Las uñas falsas de África se clavaban en su brazo, rompiéndose.  Apretándola del cuello la inmovilizó. Ya aturdida la colocó sobre la mesa del comedor, le amarró los brazos con una cuerda. Esteban seguía repitiendo los diálogos, parecía sumergido en una escena de película, un recuerdo, un abismo lejano. Hijo me obligas a hacerte esto, no hay otra manera. Dejándola en harapos, comenzó un vaivén frenético, gritos y maldiciones. El mismo diálogo una y otra vez. África apenas y podía soltar gemidos, él la sujetaba del cuello, apretándola,  sentía como el aire le faltaba poco a poco. ¿Quieres que pare?¡ Marica, espero que no te guste, ódialo tanto como yo, rectifícate, mierda!. Esteban continuó durante un rato, por parte de África no había respuesta; la presión en el cuello aumentaba, hacía tiempo que la sangre no le llegaba al cerebro. Esteban se incorporó con un suspiro, se apartó el sudor, jadeaba, el cuerpo le palpitaba, los ojos se le hincharon, estaban rojos, la sangre le  hervía. Cuando se apartó, el cuerpo de África se desplomó como un molusco muerto. Esteban apenas y podía mantenerse de pie, el cansancio del recuerdo que lo había motivado, ahora lo agotaba. El asco lo obligó a vomitar repetidas veces y cuando el malestar terminó, otra vez, como cuando de niño, lo invadió un llanto torpe, secreto e inútil. 

  Poco después recordó que en un par de días estaría viendo una película con sus padres, una de Cary Grant, cómo le gustaba Cary Grant. 

martes, 8 de mayo de 2012

Poesía


Poesía
Eres los suspiros del mundo
Voz que viaja en el cristal del viento.
Sangre que se derrama con la tinta,
Relámpago de luz, dejaste ciegos a tus videntes.
Aullido, despertar de los muertos.

Nuestros Muertos


Nuestros muertos

Se levantan los muertos armados,
Remolinos de ceniza que asfixian,
Como unas manos  que trituran en el vacío la garganta de sus propios hijos,
Furia de padre desquiciado.
Coágulo que se forma entre la sien hirviente del asesino.
¿Qué vienen a buscar?
Retírense, perturben el silencio de otro cementerio,
Aquí, el ácido de sus entrañas ya ha sido bien digerido.
Ha corroído nuestra garganta, ya se ha derramado por nuestras llagas, derritiéndonos los huesos.
El ruido de sus lluvias de acero ha perturbado por siempre el equilibrio de nuestros sueños.
Váyanse, antes de que olvidemos a nuestros muertos.

Hártese, luego escriba


Hártese, luego escriba.

Para escribir bien hay muchos métodos, es indispensable leer mucho, pero no basta con eso.  Entre varias motivaciones está el hartazgo, es un motivo recurrente que a uno lo obliga a escribir. Prácticamente se puede estar harto de todo, mientras más harto mejor, por ejemplo: hártese de la escuela, de su familia, de su trabajo, de su país, de su religión, de sus vecinos, del clima, de la comida, de los niños, de los arboles, de los espejos… Si aún no está harto de algo, pruebe metiéndose a una universidad, la carrera que usted guste, se hartará de todos modos. Una vez ahí, hártese de los maestros, los alumnos, los trabajos (en equipo son peores), los intendentes y las secretarias, no nos olvidemos de éstas últimas. Si hay biblioteca haga lo mismo hartándose de los encargados, de los libros nuevos, de los viejos, de sus hojas con olor a humedad, de su matiz marrón, y sobre todo de sus aburridas cubiertas.

Si no tiene un trabajo y quiere uno para hartarse, búsquese uno mediocre, por ejemplo: Hostess de Hotel, su trabajo será exclusivamente abrirle la puerta a: Franceses, Españoles, Gringos, Argentinos, Chinos, Islandeses, Armenios, Neandertales, da igual, nunca lo verán a los ojos, le será fácil hartarse de la mueca que le obligaran a hacer: la eterna y ridícula sonrisa temblorosa. Naturalmente también se hartará de su jefe, de su salario, de sus compañeros y sus apellidos, sus fobias modernas, sus manías. Cuando no le den un ascenso porque no sabe un carajo de la vida del jefe, ni del nombre de sus hijos, ni su equipo de football favorito, así como tampoco sabe de qué manera le lame él el coño a su esposa, de qué manera la esposa le lame la polla a él, o de qué manera él mismo se lame la polla, o el olor de su mierda: “Oh que bien huele su mierda señor Morales”. Nunca diga eso, hártese de todo lo anterior. 

Cuando salga del trabajo y camine rumbo a  su casa (caminar puede producir más hartazgo que conducir, pero no tanto como ir en transporte público), hártese del idiota que se le queda viendo mientras dobla la esquina, hártese del otro idiota que no lo hace, de la señora que pasea al perro, de la perra que pasea al perro, del perro que pasea al idiota, del idiota que no pasea a nadie y sin embargo sigue siendo idiota. Hártese de caminar sin rumbo, de las banquetas, de las calles, de los animales muertos en las calles, de los humanos muertos en las calles, y sobre todo de los vivos en las calles, a los que verá por todos lados, moviéndose como vivos aun estando muertos.

Llegando a  su casa hártese de su sala, su cocina, su perro, su perra, su suegra, su esposa o esposo, de los muebles baratos, de los cuadros baratos (es más fácil hartarse de un cuadro con ángeles que de un cuadro con frutas), de sus vecinos: cristiano, o mormón, o comunista, o narcotraficante, o menonita. Y finalmente cuando vaya a dormir, hártese pensando en todo: en los locos, los drogadictos, los policías, los jefes de los policías, los enamorados, los intolerantes, los demasiado tolerantes, los callados, los ruidosos, los feos (si usted es feo o fea, hártese de eso, si de pronto ya no es feo, hártese más), los músicos, los artistas (estos ya llevan el nombre y son tan hartantes que hasta la letra H se les escapó), hártese también pensando en los pobres diablos que limpian los baños ajenos, de los pobres diablos que limpian culos ajenos, hártese hasta de la idea de comer, cagar, coger, dormir (cuando se harte de la idea de dormir, se quedará dormido automáticamente) y mientras duerme y sueña hártese de eso, hártese de soñar…

Cuando despierte, hártese de estar despierto, de la luz en los ojos, de la sed, de las ganas irremediables de querer dormir de nuevo. Viéndose al espejo antes de irse a trabajar, o a la escuela, o a hartarse haciendo nada, hártese de su imagen en el espejo, de sus ojos, de su nariz, de su boca, de sus orejas, de su pelo, sino tiene pelo da igual, si tiene cicatrices no se harte de ellas, está usted bendito, mientras más grande la cicatriz, más bendito. Y al fin, cuando vaya en el transporte público, asqueado de hartarse, de la música del camionero, de la gente amontonada, y solo le quede ver por la ventana, busque la nube que alberga el rayo contundente, siempre hay una de estas, sígala, tome el rayo con sus manos, escriba. Tire el rayo, hártese de nuevo.