martes, 2 de abril de 2013

Vine para tomar vino


He encontrado un vino barato, 39 pesos, Lazan; Garnacha-Syrah. Suficiente con una botella antes de dormir. El mejor somnífero hasta ahora. Me gusta el insomnio pero a veces uno tiene que hacer cosas temprano ¿qué cosas? Cosas, uno siempre tiene que hacer cosas, como la pieza en el engranaje que ya no recuerda su función o su fin, pero no deja girar. Sí, sí, que mal. Para mí está bien no hacer nada. Me gusta dar vueltas hacia ninguna parte en la bicicleta, es mejor que la caminata. De vez en cuando atravieso una calle repleta de perros rabiosos, los rebaso y los espero a unos metros de distancia hasta que siento de nuevo su hocico en mis talones. Combustible…

La vida empieza a tener un valor cuando llego a mi casa de estos paseos y me espera una botella de vino, me conformo con una. Luego llega el sueño, aprendo mucho cuando duermo. Si la ruta hasta el sueño se complica, la música adecuada es; Bach. También hay otros, hay muchos. La música de la India es favorable, el maestro del Sarod, Ali Akbar Khan; sabía hablarle al sueño. El entendimiento con el reposo es la clave hacia la sabiduría.

El vino te mantiene a temperatura, te conserva despierto el tiempo necesario, te resume lo aburrido. Si combinas música y vino los resultados son extraordinarios. La música se escucha mejor bebiendo vino y el vino sabe mejor escuchando música, la perfección existe. Ahora entiendo a Dionisio, las bacanales debieron rebosar de música y tinto. Maravilloso, podría dedicar mi vida a hacer esto todos los días. Para mí sería un objetivo digno de alcanzar y ni siquiera necesito un título, un vehículo, una oficina, un perro, un gato, tarjetas de crédito, aviones, o bibliotecas, ni si quiera necesito mujeres, una de vez en cuando, una a la que le guste el vino. No necesitaría números telefónicos, universidades, banquetas, retretes, pastillas para la gastritis, licuadoras, espejos, máquinas de afeitar, gimnasios, ni siquiera necesitaría escribir. Sí, literatura, no te necesito, por mi quédate sentada en un banco frente a la pared.

Quiero escuchar música cegado de vino el tiempo que me quede. Sí, ya sé que Corea del Norte va a invadir a Estados Unidos, que estamos llegando a los 8 mil millones, que los viejos hacen colas enormes afuera de los hospitales con clavos en las rodillas, que los tumores cancerígenos son más frecuentes que los buenos poemas, que no tengo derecho a hacerte perder el tiempo leyendo pendejadas como esta, que deberías estar tomando el camión hacia tu trabajo, para visitar a tu abuela o para irte de viaje. Sí, soy egoísta, lo sé bien. Cada quién libra las batalles que quiere y puede, ¿no es así?

sábado, 30 de marzo de 2013

El mundo es una boca repleta de colmillos


El mundo es una boca
repleta de colmillos.
mis rosas siguen
estando vivas
después de muertas.

Las lenguas rancias,
no dudan al lanzar
sus alaridos.
oigo decir: “150
millones de dólares,
buena inversión”

En México
hay una larga tradición
en cuanto a hablar con los difuntos.
el oro sigue moviendo
el rastro de las ánimas.

Estamos enfermos.
para muchos no es suficiente
el agua del río.

Hombre torrente despiadado
fotografías empolvadas
de asientos vacíos,
todos los rincones,
sufren el mismo tamaño.

Las quimeras se pintan
el rostro a escondidas,
con el polvo de los huesos
del último incendio.

Estómagos cargados de ácido,
focos que parpadean,
el fragmento manchado
de un anhelo que no tuvo lugar
en el corazón abandonado de los viejos.

El mundo es una boca,
repleta de colmillos
es el hocico intranquilo,
de un cerdo ennegrecido,
por la ira del azufre.

La esperanza convulsiona desnuda,
bajo un halo de cobre.
somos el rastro seco,
de raíces colgando en la despeñadura.

Yo prefiero ser coyote.
la montaña,
el ocaso, los restos,
la carroña, la vereda/luna,
el orden de las piedras,
“la cordillera” perdida,
Ruge; Rulfo.

Si se atreven
a tocar lo que me pertenece,
con sus colmillos afilados,
tengo navajas oxidadas,
por la sangre de la tierra.

viernes, 29 de marzo de 2013

Las luces de un nuevo imperio


Nos han hecho así:

Estábamos en principio, muchos de nosotros
destinados a ser luces
y encontramos: remolinos, abismos, traiciones, dioses despiadados
vorágines, falta de amor, de dirección, de motivo
las garras afiladas de los que perdieron hace mucho el alma
la música que se fue para no regresar
nuestros maestros abandonados
la imposibilidad de encontrarnos…
qué nos queda, parece que muy poco, quién nos queda
a aquellos que sólo queremos jugar limpio
sin mentiras.
para nosotros, para muchos de nosotros
se nos ha abierto el sendero hacia un bosque insensible
hubiéramos deseado nacer sin lo que traemos dentro
pero sin eso que seriamos, sino el polvo que se aleja
hay que aguantar, aunque sintamos que un día
no lo toleraremos más
aunque sintamos que todo se desvanece como una larga oración
que se fue a los oídos sordos y confundidos de los enfermos.

Seguiremos entonces;
resguardados bajo las trincheras filosas de nuestra lucha
tratando de no ensuciarnos los unos a los otros
tratando de mantenernos vivos, como la agonía
hasta que la ola inevitable
nos arrastre hacía las profundidades oscuras del laberinto
no nos queda más que aguardar
esperar a lo lejos
los destellos de un nuevo imperio.

lunes, 25 de marzo de 2013

Que no nos importe

A la luna no le importa
a las cucarachas, que pululan, tampoco
ni a los rincones empolvados
a la risa verdadera no le importa
ni le importa tampoco, al curso del río
mucho menos a las palabras
a los que construyeron enormes sinfonías
nunca pensaron en ello
al tiempo no le importa
a los gatos menos
a la sombra que se escapa de sus pies confundidos
todavía menos
a los pocos que libraron batallas y perdieron
nunca les importó
ni al azul, al rojo, o al negro
estoy hablando de que ahora falta el motivo
de quien antes subía a una montaña
para admirarlo todo
no he visto mayor desilusión
que la que existe en las pasarelas
en las caras inertes
de quienes siguen
el camino lodoso y desgastado
de sus falsas agonías
no los mueve nada que tenga esencia
no tienen perspectiva
hablan como si el sol no existiera
caminan con el corazón apagado;
a quienes les importa lo que ahora
es porque no saben
nunca notarán
nada.
por eso una mariposa no se posaría
en alguno de sus dedos
entonces, que tampoco nos importe
sea lo que sea
que los motive a ellos.

sábado, 9 de marzo de 2013

Y que alguien más suelte la llave


Cuando terminen contigo,
van a estirar tus tripas
para colgarlas hasta secarse,
como cordones,
y ya no te necesitarán más,
aquí es cuando puedes decir:
quédense con sus batas blancas
de cirujanos sanguinarios,
quédense con sus horarios de 8 a 2,
con sus blanqueadores para ropa,
con su pulcro aspecto,
con su buen o mal aliento,
lo cual da lo mismo
cuando lo único que dices
es menos importante que
la MIERDA,
quédense con sus viajes al extranjero,
con sus chinos,
sus franceses,
sus alemanes,
sus ex yugoslavos,
quédense con sus pensadores
limpios de sudor y de sangre,
con sus Phd´s, sus grados C,
con sus publicaciones en inglés y en hebreo muerto,
quédense con sus zapatos lustrosos o las plumas en la solapa,
quédense con sus conceptos polvorientos,
con sus libros tan espesos que,
ningún pez podría nadar en ellos,
quédense con sus placas de oro,
con sus aulas bien iluminadas,
con sus pasillos tan largos
que ni la muerte piensa atravesar,
quédense con su banco de almas perdidas
en busca de una hoja con su nombre,
quédense con la ciencia, el arte y la verdad,
quédense hasta con la literatura,
sus bibliotecas
perfectamente alfabetizadas,
quédense con sus proyectores sobrios,
con sus nuevos valores,
sobre todo con esos,
quédenselos,
pongan todo eso,
en el escusado,
y que alguien más suelte la llave.
en lo personal,
tengo ácido en las tripas,
vidrios en el recto,
y toda una vida
con manos y dedos
lo suficientemente fuertes
para seguir sosteniendo
copas llenas de vino tinto.
¡Salud!


domingo, 3 de marzo de 2013

La señora muerte


Cuando terminé la carrera, todo estaba a punto de dar la vuelta que me dejaría irreconocible. La mujer con la que había estado por 5 años quería que las cosas se pusieran serias, estábamos buscando un lugar  donde vivir, su familia era realmente agradable, hasta me dejaban quedarme en su casa a dormir los fines de semana, su padre nos hacía de comer, buena comida caliente. Había salido con un promedio no muy alto de la universidad pero lo suficientemente bueno como para optar por una maestría en el extranjero, con todo y una beca patrocinada por el gobierno, las cosas ya estaban sobre la mesa, sólo tenía que tomarlas.

Conseguimos un lugar apropiado para vivir, un departamento cómodo, lo llenamos de nuestras cosas, el orden era importante, nos daba seguridad. Mientras, el papeleo para la autorización de la beca estaba en proceso, faltaba un mes para la aprobación del presupuesto, me esperaba España. Que promesa más grande, todos estaban muy felices por mí, me había encarrilado a llegar a ser algo, a conseguir algo, algo real, palpable como un edificio.

Siempre existió esa clase de vacío en mí, tengo que reconocerlo, a veces me llegaba un sabor amargo, pero lo negaba, pensaba; “es la preocupación, todos tenemos preocupaciones…” Lo evadía, salía con amigos, con Carolina. Nos divertíamos, el sentimiento se desvanecía. Cuando estaba realmente cómodo, y miraba a mí alrededor, el sentimiento volvía, me tomaba de sorpresa y me comprimía el pecho hasta sacarme el aire. Me ahogaba.
Una noche, estaba en el hotel dónde esperaba la respuesta de la beca, tuve que ir hasta la capital para poder recibir los papeles de la aprobación del presupuesto. Lo había conseguido. En un mes estaría en España. Mientras pensaba todo esto, el sentimiento de vacío (al menos así me dio por llamarle, cuando eso) me atrapó como una araña a una mosca, en el aire. Todo se me volcó encima, sentía el peso de otra vida que había mantenido dormida, durante cientos de años. La desesperación era desorbitante, podía sentirla como una sábana fría deslizándose por mis pestañas, llenándolas de ceniza. Creí que estaba volviéndome loco, no encontraba otra explicación para mi estado, la idea me llenaba de lodo, caminaba en medio de una ciénega. No habían amigos, padres, madres, ídolos, profetas, NADIE. Yo sólo contra esa fuerza enmarañándose alrededor de mi espíritu, exprimiendo cada gota. Físicamente no podía moverme, no podía pensar nada más que en desesperación, locura, inestabilidad. Estaba intentando mantenerme en el hilo. Veía el otro extremo pero era sumamente difícil moverme. Pasé la noche entre sudor y temblores. Me dormí a causa del cansancio, sin darme cuenta.

Al día siguiente tenía que pararme temprano para recoger la beca, la cita era a las 9 a.m. No llegué a esa hora, ni a ninguna otra. Abrí los ojos y frente mí el reloj y a su lado la muerte. Eran las 12:00 p.m. La vieja señora estaba ahí parada, a un costado de la cama, y a pesar de cómo la describen, (con guadaña y un largo vestido negro) era muy seductora, bella, realmente estética. Me dijo al oído: Ya sabes que hacer para terminar con esto pequeño, es muy fácil. Pensé: tengo que llegar a la puerta y largarme. Intenté levantarme. Cuando puse los pies firmes, sentí el flaqueo de mis piernas y caí al suelo, como la ropa que abandona el cuerpo de un fantasma cuando este se esfuma. Lo intenté de nuevo. Me apoyé en el buró de al lado de la cama y puse el pie derecho, luego el izquierdo. Me levanté y escuché un quejido, era yo mismo. Una parte de mí había despertado, la que permanecía oculta. Me acerqué a la puerta, tomé la perilla, estaba helada, la giré y no volteé el rostro hacía atrás, estaba aterrado. Logré comunicarme con la universidad. Me dijeron que no había problema alguno, que arreglarían otra cita para otro día. Era importante que fuera o la beca se la darían a otro, dijo la secretaria. “Hagan eso”, respondí. “Perdón?”, me respondió la secretaria. “Hagan eso, denle la beca a otro, yo no la quiero, gracias”. “No entiendo, o sea, qué hará, ya están todos sus papeles en el registro, usted sólo tiene que venir por el comprobante de la beca y listo señor”. “No gracias, así está bien”. Colgué. Tomé el primer avión que pude. Regresé un par de días antes de lo previsto. Carolina se sorprendió al verme entrar, me preguntó que qué pasaba, le conté, le dije todo, lo de la beca también. “Y ahora que harás?” Me dijo. “No sé, sólo sé que no quiero una beca, no quiero irme a España, no quiero nada”. Ella pensaba que era un arranque de locura, mis padres creían lo mismo. Decían que alguna relación tenía el consumo de drogas en mi adolescencia. Que me había afectado, que había perdido el juicio y necesitaba ayuda profesional. Pensé que así era, dejé que hicieran lo que quisieran. Me llevaron a un psiquiatra, un buen tipo, le expliqué mi condición, que había visto a la muerte. Él se veía muy interesado en mis testimonios. Siempre respondía con un: “Ajá, continúa, por favor”. Cuando terminaba de contarle. Él tomaba la palabra y me hablaba del alma, de la superación, de las ganas de vivir, de los sueños, de los senderos iluminados. Me hablaba de gente que había estado en mi condición y lo había superado. En ese momento pensaba que todo aquello sería pasajero, que un día volvería ser como antes, que sería una experiencia renovadora y vital. Me diagnosticaron una depresión profunda. Me dieron pastillas. Calmantes y anti-depresivos. Pares de píldoras diferentes dos veces al día. Eso ayudó a atemperar las ráfagas de pensamientos, un poco. Pero seguía seco, como si una enorme sanguijuela hubiera puesto sus colmillos en mi cuello y chupado hasta saciarse.

La relación con Carolina iba decayendo, simplemente no me sentía cómodo, terminábamos de hacerlo y me volteaba, dándole la espalda, o me mantenía con la vista fija en el techo. Callado, callado. Ella me decía, que te sucedió? No eres el mismo… Y se soltaba a llorar, era devastador, no podía soportarlo pero tampoco podía hacer algo. El día que terminamos, me dijo que se había enamorado de otro, que necesitaba un hombre con energía, con vida. Que le correspondiera, conmigo no sentía nada, le lastimaba verme en ese estado, y me deseaba buena suerte. Lo entendí todo, no fue un drama, lo acepté, como acepté todo desde que nací.
Cuando nací, a las dos semanas tuvieron que operarme de emergencia. Repentinamente comencé a vomitar lo que ingería. El píloro, una parte del intestino, se había pegado y tenían que hacer una sutura para poder abrirlo de nuevo, no es algo muy extraño, pero en recién nacidos podía ser mortal si no se trataba. En otros tiempos, sin radiografías o bisturís, no hubiera aguantado un mes de vida. La muerte siempre estuvo ahí, al lado de la cama. Después de terminar con Carolina, me aislé de todo el mundo. Comencé a beber demasiado, aun medicado con antidepresivos. Descubrí que realmente no pasaba nada extraordinario. No iba a volverme más loco de lo que ya estaba o morirme. Conseguí un trabajo en el bar donde iba con frecuencia, así podía beber, trabajar y mantener el vicio; estaba enganchado. Me tocaba sacar a los borrachos, a la mínima provocación me agarraba a golpes, terminaron despidiéndome. Aprendí mucho en ese lugar. Conocí viejos muy interesantes y también aprendí a persuadir a la muerte. A reconocerla en todos lados, a escudriñar su rastro perdido en toda huella que apestara, a lo que se hace llamar humanidad.

Cuando lo tuve todo, el sentir que no tenía nada me enfermaba, ahora que no tengo nada, he descubierto algo, la perspectiva. La visión. Me he dotado de una lupa muy útil. Veo a la muerte escondida en todo; en las risas que tiemblan, en las mujeres que se piensan únicas, en el reflejo de los charcos de aceite, en los automóviles último modelo y sus conductores, arrasando con zarigüeyas, en las plazas comerciales los domingos al medio día, en los medicamentos prescritos, en los hombres sin brillo en los ojos, en programas familiares de la televisión, en las revistas rebosantes de gente, catálogos de muerte, y anuncios de entierros: “Mauricio Clark acepta su homosexualidad y su adicción a las drogas” Es fácil reconocer a la muerte, como es fácil reconocer una sonrisa auténtica, o un diamante. Está ahí, al asecho. Las cobras esperan morder el talón de quién no está atento.

Un día me llegó el correo de un amigo con una canción de Ravel. Fue esplendido, la música es una terapia útil. Ese día pasó lo que tenía que pasar. Pensé en responder a su correo agradeciéndole, pero no pude, cuando empecé a teclear me vi escribiendo cosas que no tenían nombre, ni dirección o destinatario. Era ese otro yo, esa voz que quería sublevarse, dejé que hablara y se soltó la fuerza comprimida, como una represa de palabras que aguardaban a ser liberadas. Fuego. Fuego. A la muerte no le gusta el fuego. La descubre, pone en evidencia su rostro viejo y marchito. La pone de rodillas pidiendo clemencia. Había encontrado algo, sí.

Me vi escribiéndole a todo el mundo, saludos, disculpas, sin ningún remordimiento. Le escribí a Carolina, habían pasado 6 meses desde la última vez que nos vimos. Cuando me respondió me dijo que todo iba bien, se alegraba de que yo estuviera en la marcha, me contó que vivía con su pareja, se querían mucho, me alegré por ella. Le deseé lo mejor.

Con el tiempo conseguí un trabajo en una revista pequeña, publicando artículos de todo tipo, la escritura se había vuelto el combustible. Bebía pero me mantenía moderado, es decir; bebía 4 veces a la semana, en vez de 7. Me quité el peso de la agresividad inicial. Me conservé alejado, aun lo hago. El camino se había marcado (al menos hasta ahora), vivo en un cuarto pequeño, a veces pienso en España, que bueno nunca fui, no sé qué hubiera pasado, tal vez no lo hubiera logrado, tal vez sí, espero que quién tomó mi lugar lo haya hecho. Que esté rodeado de amigos y una novia que lo comprenda y le diga que va por el camino correcto. Que lo llenen de ovaciones y le aplaudan, lo necesitará. Veo a fuera a la gente yendo hacía alguna parte, me pregunto qué es lo que ven, cómo lo hacen, porqué, para qué, para quién. ¿A dónde van todos los que caminan por la calle? Espero que estén yendo hacia dónde realmente quieran llegar. Espero que lleguen. Que la señora muerte no los tome por sorpresa en el camino. Qué no los asalte, yo tuve suerte, mi condición era diferente, desde nacimiento la muerte se había instalado en mis entrañas como ya dije, no quise verla pero ahí estaba. Ahora la conozco bien, la reconozco hasta cuando se viste y se pinta para salir como mujer por la noche. Algún día no tendré de otra, hará lo que tiene que hacer, pero por mientras, mientras mis dedos azoten las teclas, mientras encuentre las risas adecuadas, los hombres voraces gritando: “Una ronda para todos, carajo”, la muerte se mantendrá al margen por un tiempo. Luego volverá. Como ahora, mientras tecleo esto. La escucho en el ruido que hacen al caer las gotas de agua del grifo, contra el lavabo del baño; clack, clack, clack. Rebotando contra las paredes del departamento. Le grito “Hija de puta, sé qué estás ahí, no me engañas, ¡Ven aquí!” Se espanta, la oigo tomar sus cosas rápidamente como una mujerzuela, luego salir por la ventana, sí, la muerte siempre entra por la ventana. Mientras lo hace, le grito “¡Adiós, nos vemos mañana!”

¿Qué te queda?


Y ahora que lo tienes todo
¿Qué te queda?
¿esperar bajo la lluvia?
¿las horas, el cuarto de baño?
¿las tardes rojas?
¿tarjetas de crédito?
¿12 meses sin intereses?
¿gatos, perros?
¿drogas duras, religión?
¿libros, crucifijos, rejas puntiagudas?
¿adopción, aborto, paz?
¿qué te queda cuándo ya lo tienes todo?
cuando ya alcanzaste tu sueño
viajes; Cuba, las cataratas del Niagara, Singapur, Egipto, las pirámides…
¿leones y elefantes?
¿bodas, anillos y fidelidad?
¿risas descomunales asaltándote porque sí?
No, cuándo lo haz alcanzado todo,
Cuando crees que lo has alcanzado todo, no te queda
NADA,
Te queda un enorme pedazo
De
NADA.
Y ahí es cuando el hombre suele detenerse
Ni el fuego,
Ni el pillaje,
Ni siquiera el rumor de la muerte…
NADA.
Ni las palabras llegando como relámpagos,
NADA.
y  vas a sentirte cómodo con eso,
porque lo has buscado toda tu vida
vas a estar conforme y contento con tu
NADA
libre de preocupaciones,
o arrebatos de locura,
de engaños y miserias,
libre de todo y de todos,
“por fin”, piensas,
cuando creas que cumpliste tus sueños,
que los has alcanzado,
que por fin eres feliz,
lo que buscaste,
a hurtadillas,
toda tu vida,
en realidad lo que encontraste fue
NADA,
como un perro persiguiéndose la cola
cada quién busca lo que quiere,
y luego encuentra,
un caracol se encamina a un rastro de sal,
lo atraviesa,
moribundo,
y después se abre un enorme  jardín,
verde,  
y lo atraviesa,
y sigue
y sigue
y sigue…

sábado, 2 de marzo de 2013

La locomotora


No sé qué es lo que hace a un hombre escribir. Pero cuando yo lo hago mis dedos se calientan y se disparan como balas. Dudo si den en el blanco, pero todo lo que hay adentro sale, y se proyecta en cima de la hoja, de la máquina, de la computadora, del borde del periódico, o de la nota de la lavandería. Es necesario y no sé porqué, ni me importa.

La otra noche estaba leyendo algo y encontré un diamante, tan pulido y limpio, que tuve que parar la lectura. Las buenas lecturas son en las que descubres destellos, tesoros. Te dicen: “hasta aquí llegaste. Detente, o muérete”. Cerré el libro y empecé a escribir; sentía como si el autor me hubiera retado a muerte, frente a un juzgado perverso lleno de ángeles, de dioses. Me encarrilé y las palabras rodaban como una bola de nieve que se hacía más grande. Boom, boom, entre las paredes de hueso del cráneo. Era la locomotora acercándose; el humo de la chimenea, saliendo a borbotones, rebosante, llenándolo todo de olor a carbón, a combustible. Boom, boom, el paso de las cadenas y las ruedas sobre la vía, retorciéndose, dejándose ir. Arrollando a quién sea, niños, ancianos, a todo el mundo. La locomotora no es para nadie. No tiene central, o parada, ni hora de llegada. Sólo pasa, y pasa. Muerde el reloj, todo el tiempo. No le importas tú, o yo, o ellos. Nadie, nunca. Por el largo paso del tiempo, así será, no habrá razón alguna, que el universo pueda argüir para detenerla. El circulo de la vida va a terminar contrayéndose, y todo regresará a dónde empezó. Los cometas detendrán su curso y las estrellas se apagarán, la energía de los soles se habrá acabado. Pero todo eso no importa, la locomotora seguirá. Más allá, cada vez más, más. Devorando hoyos negros. Indestructible. Inmortal. Cuando esta fuerza se revele, habrás vencido, y el juzgado perverso aplaudirá y los dioses de todos los tiempos aceptarán la derrota. Así sucede cuando uno escribe con autenticidad. A mí me pasa a veces. Tal vez hoy, tal vez mañana, tal vez no vuelva a pasarme. Aunque espero, paciente, y estoy listo casi siempre. Cuando la sienta venir no estaré aquí hablándote, no te ofendas pero no quiero perder la poca energía de mi espíritu. Le daría a ella todo mi tiempo, o más bien ella a mí el suyo, cuando la vea venir habré dejado de hablar contigo.

viernes, 1 de marzo de 2013

5:51 a.m.



Aun no amanece del todo, son las 5:51 a.m. Todos duermen. Frente a mí, una hoja de papel. Hay 3 mariposas negras dando vueltas alrededor del foco. Tajo el lápiz. La escritura es una plática silenciosa, te hace recordar lo bueno que es perseguir al diablo.

Tenía un amigo español en la universidad, era de Madrid, del barrio de Vallecas. Ricardo, un tipo de 1.90 cm. Cuando nos encontrábamos afuera del salón en las mañanas, platicábamos sobre la clase a la que esperábamos entrar. Hablábamos de punk rock. De las vagas ideas que teníamos sobre anarquismo. Siempre había algo de que hablar, pero la mayor parte del tiempo nos quedábamos callados. Él decía algo muy inteligente: “la gente no tiene por qué hablar todo el tiempo”. Es cierto. El silencio parece punzar a la gente.

Cuando bebo y estoy con alguien, intento quedarme callado, lo hago por 15 min. Media hora. No necesito hablar, a veces. Con la edad espero hablar cada vez menos. En los días que no veo a nadie, intento no decir una palabra, algo así como un experimento. Desde luego la música siempre está ahí y suena mucho mejor de madrugada; mientras todos duermen, como ahora. Son las 6:08 a.m. Sigue oscuro. El silencio reposa en los labios de todo el mundo. Pronto el sol desplegará sus pestañas de luz. Una pareja de enamorados estará abriendo los ojos. La gente saldrá a la calles y empezará a decirse; “Buenos días”. Las mismas personas de ayer esperando en la parada del autobús. Habrá familias enteras afuera de los hospitales. Pájaros negros arremolinándose en las copas de los árboles. Se desatará el ruido de los motores, de los claxons. Vehículos circulando hacía alguna parte. Algún choque en el periférico, siempre hay uno. Alguien va a ganar hoy, alguien va a perder hoy. El imperio de los gatos audaces concluye y nadie le preguntará nada al polvo.

Todos los días son así. El tiempo dibuja su red como una enorme telaraña. Sigamos con la noche, son las 6:19 a.m. Amanece, cuando uno ha escrito toda la madrugada lo mejor que debe hacer es dormir. Uno se recuesta completamente nutrido. Me iré a la cama pensando en una  bandada de murciélagos que se retira; a cavernas tan profundas como heridas. El silencio del vuelo le pertenece a la noche. Alguien se mantuvo en vilo, resistiendo el aliento de la muerte para ver la mañana, la claridad se posa en sus labios abiertos. No hay reloges que marquen la hora para nadie. Buenos días.

lunes, 25 de febrero de 2013

Asteroides

Ese loco de Khachaturian sigue tocando un vals esplendido. Me lo imagino dirigiendo bajo una parvada de cuervos confundidos y nauseabundos por tanto estruendo.

Afuera la lengua del diablo rebasa los 35 grados. Las casas, los mercados, los camiones, todo se incendia. Algún desesperado grita que se acerca el fin del mundo. Pendejadas. Hace falta que caigan 300 bolas de fuego para que eso pase, para que por fin los paranoicos se queden callados. Hace falta que el café empiece a saber a ropa sucia. O las medidas tributarias comiencen a cobrar la amputación de un miembro, el dedo pequeño de la mano derecha para pagar la tenencia del coche nuevo. Pero, creo que algo similar pasa en algún lugar del mundo, ¿no?  Sí, he escuchado de gente que ha tenido que pagarles a unos matones para continuar trabajando en el lugar donde lo hacen. Pagar para continuar viviendo. Pagar para trabajar, trabajar para que te paguen y así poder pagar para continuar con vida trabajando. En algún lugar alguien acaba de comprar un arma y está esperando al matón-cobratario. En algún lugar hay alguien que acaba de pagar por su vida después de sentir que se le salía una masa hirviente y olorosa por ahí.

¿Y nos cagamos con la idea de caigan asteroides? Cuándo el conductor de al lado es un imbécil por no dejarnos pasar. “Quién fue el último en entrar al baño, carajo dejaron la taza llena de orina”, “¿Tienes que hacer esos putos sonidos con la boca cuando comes?”, “Me cortaron el pelo más de lo que quería, ¡ME QUIERO MORIR!”. Asteroides, asteroides. A nadie le gustan. Entiendo que debe ser difícil, los Rusos corrieron despavoridos. Supe de señoras que gritaban antes de caer desmayadas: “¡Es el juicio final, dios mío!” En lo personal, a mí me parecen interesantes, me gustan. Quiero 500 asteroides, mejor mil.

Los cuervos siguen dando vueltas arriba de Khachaturian, enmarañados con la fuerza magnética del sonido.  Khachaturian era Ruso, posiblemente se hubiera impactado con los asteroides,  hubiera compuesto algo asombroso después de escuchar el estrépito. El suceso le hubiera llenado el torrente sanguíneo de nitrógeno. Ojalá caigan más asteroides, quiero 500, mil, dos mil, uno para cada uno de nosotros.

jueves, 7 de febrero de 2013

Condición



Los libros son como un par de manos que te sujetan. Como las raíces de un árbol que mantienen tus pies en la tierra. Te insultan, te ponen en tu lugar, te abren espacio entre los demás para que te acomodes reconociendo tu gracia o tu desgracia. Quienes no conocen su condición mortal, son los hombres que vuelan y nos ven desde arriba. Estos hombres enojan a los dioses, se creen como ellos. Los dioses son los únicos inmortales, y son dioses porque ya están todos muertos.

Manten la guardia



Todos esperan que bajes la guardia. Que sigas el camino bien iluminado. Que saques las manos de los bolsillos demostrando no esconder nada. Cuando te voltees habrás caído en su juego. Te degollarán con el cuchillo que traen en la espalda. No te fíes, lo harán. Te chuparán la sangre. Sé más astuto, más atento. Sea lo que hagas, no te pudras. Cuando te digan lo maravilloso que eres, sé desdeñoso. Piensa; ¿Porqué yo? Cuando te adulen, quédate callado. Míralos a los ojos un momento. Alza la guardia.

El peor error en los boxeadores es creer que el oponente está acabado sin que suene antes la campana. Cuando el peleador se confía y baja los puños (porque está cansado o porque piensa: "Gracias a dios, ha sido todo...")  puede que en ese momento el contrincante surja con un uppercut en la mandíbula; dejándolo en suelo, derrotado. Eso probaría que es un novato, que es todo lo contrario a lo que dicen. Así que, no te desesperes, la pelea no ha terminado, tal vez no termine. Pero será mejor que te defiendas el tiempo que puedas. Esquiva la mayoría de los golpes. Quizá persuadas por un momento a la muerte.

viernes, 1 de febrero de 2013

Oda a los árboles


Detesto a quién dice y expone que su vida es miserable. No importa si lo piensas, los seres humanos llegamos pensar cosas como esas en algún momento de nuestra vida, es hasta natural, saludable. Ahora, exponer eso como si fuera una bandera, es aburrido e innecesario. Todos peleamos guerras, pero no hace falta revelar el marcador. Ni sentirnos orgullosos de ganarlas. Solamente continuamos, eso es todo. Esa gente nunca se ha puesto a pensar en los árboles.

Los árboles son de los seres vivos más duros, tenaces y cabrones que existen. Están sujetos a la tierra y nada los mueve. Si cae una lluvia, la disfrutan. Si una tormenta azota, se mueven junto con ella. Algunos caen pero ahí siguen. Cuándo el relámpago les pega, continúan, sin quejarse, lo aceptan, piensan: Bueno, esto pasó, sigamos. Piensan cosas concretas y sencillas. No se abandonan a la masturbación neuronal como otros seres vivos. Esto por supuesto los hace más sabios. Aprenden del dolor. Cuando otros seres vivos les cortan una rama, sanan y conservan las cicatrices. Ellos entienden que así debe ser. Son el sustento de los débiles. Nosotros. Cuando los talan y apilan sus cuerpos para con ellos hacer mesas, sillas, guitarras o papel; piensan en que a eso vinieron al mundo. Con el trabajo de la fotosíntesis también, les gusta proporcionar oxígeno. Les gusta ser los pilares de la vida en los planetas de cualquiera de los universos.
Están conectados con todos los elementos. El agua es elemental para ellos. La tierra igual. El sol no los acongoja con el calor y el fuego. Lo disfrutan, es decir, los árboles son cínicos. Pueden aprender todo sin moverse a ninguna parte, todo el conocimiento que necesitan les llega de la tierra. Nos les importa viajar. Sin embargo sus semillas lo hacen.

En las ciudades. Los árboles no se preocupan por el smog, el cemento o los sonidos del claxon de la gente neurótica. A los árboles no les gusta el drama, los gritos, los pleitos innecesarios. No necesitan discutir, simplemente no hablan. Si el concreto llega hasta ellos, le hacen saber quién es más fuerte. Les gusta la música, se conmueven con los violines. Son solitarios por naturaleza, no tienen apego a nada, sólo a la tierra de la que se sujetan. Pareciera que no aman, pero sí, han desarrollado este sentimiento más allá que cualquier otro ser vivo, pero simplemente no lo entenderíamos.

Los árboles son terrenales. Concretos. Sus almas no le pertenecen al cielo o al infierno. Les importa poco el bien y el mal. Encuentran la muerte solamente con el fuego. Sus cenizas dan vida a otros árboles. Sus ramas arden en las hogueras de los que necesitan calor. Cuando arden, sólo piensan en eso, en arder. Los árboles no hacen planes para el futuro, son presente. No piensan, “voy a hacer esto” simplemente lo hacen. No pretenden ser como otros árboles. Ser más grandes o más frondosos, o blancos, naranjas, o rojos. Son como tienen que ser. Se aceptan. Piensan: Soy un árbol.

Sus copas cobijan al caminante. Bajo su sombra cubren a otras sombras. Los árboles poseen las más grandes de las sombras. No piensan en estar tristes, en suicidarse, en atascarse de antidepresivos.

Por lo contrario a ellos, soy humano. Aprendo de ellos. Nunca terminaré de entenderlos y está bien. Los considero viejos maestros. En este mismo momento estoy escribiendo en una hoja de papel que alguna vez fue un árbol, con un lápiz con punta de grafito que igual fue un árbol. Espero que haya sido suficiente tributo por hoy. Lo pienso humildemente. En relación a lo inicial, a quienes gastan su energía considerándose mierda y exponiéndolo como estandarte de guerra, a quienes se jactan de haber sufrido como puercos, quienes se consideran duros y no entienden lo que eso significa, sólo puedo decirles que me aburren. Eso es todo. Sólo sirven como pretexto para volver a pensar en los árboles

jueves, 31 de enero de 2013

Marlene

Acababa de llegar  a la cantina. Me gustaba el lugar por la enorme barra que lo atravesaba y el nombre en francés; Montparnasse. En Francia, Montparnasse era conocida como la calle de los poetas y las putas. Blaise Cendrars y Ezra Pound habían escrito y vivido en esa calle, al igual que un sin número de artistas de la época. Ninguno de ellos era tan importante como las putas, pero bueno, yo no estaba en Francia. Aún así, supongo que el olor y el motivo siguen siendo los mismos.

Tomé asiento en la barra junto a un vendedor de crucifijos, quiso venderme uno, le dije que no, se volteó a hacer lo mismo con el de al lado. No era un buen día para creer en dios con los 42 grados de calor en el infierno de allá afuera. Era medio día, el lugar se encontraba en la profundidad del centro de la ciudad. Estaba repleto de trabajadores de horario cortado que pasaban el tiempo ahí, esperando entrar de nuevo a la jornada, a la vez que ahorraban unos pocos pesos llenando sus estómagos con las botanas que venían incluidas con la cerveza. Una mujer que entraba se sentó junto al vendedor de crucifijos, sus ademanes eran marcados y balbuceaba cosas inentendibles, era sordomuda y también gorda; el vendedor de crucifijos le rodeó la caderas con el brazo, poco a poco iba bajando la mano hacía las nalgas, ella lo dispersaba con un movimiento brusco, y un ademán de “estate quieto”, reían, parecía un juego de niños.

Yo veía el humo que emanaba de mi boca. En la televisión pasaban un programa familiar. Era sábado. Alguien adentro del recuadro en el aparato, tenía que atravesar una piscina llena de pirañas, luego otra llena de cocodrilos y después un escampado con hienas adultas, todo esto mientras iba vestido con un traje de conejo rosado. Si acompletaba la travesía, ganaba un viaje todo pagado a un hotel de lujo en Can Cun. Contaría con chofer para ir a dar vueltas de medio día a las plazas comerciales, y con chalan para cargar con las compras y las sombrillas para el sol. El hotel tenía spa, restaurante gourmet internacional, show de delfines amaestrados, e instructores que amenizaban el ambiente en la piscina con juegos de pelota y gimnasia. Estaba inmerso en el programa. Alguien tomó el control remoto y cambió de canal a una repetición de la pelea de box de la noche anterior. No logré saber si el concursante ganó el viaje o si lo sacaron moribundo a causa de las pirañas, los cocodrilos o las hienas. Si lo primero pasaba, tal vez los dioses marcarían su sentencia y sería decenas de veces peor que luchar contra las alimañas. Ojalá, sea lo que sea que haya pasado, encuentre pronto la fortuna que busca.

Cavilaba cuando sentí una mano en mi hombro, era la sordomuda, sus señas eran claras y directas; quería un cigarrillo. Se lo ofrecí, le acerqué el encendedor y le di fuego, me miró a los ojos y empezó a mover ambas manos. Hizo repetidas veces el mismo movimiento y alzó los brazos un poco, haciéndome una pregunta. Quería saber por qué me temblaban las manos. Contesté. Aquello no tenía importancia. Apenas pude explicarlo. Por el gesto del cigarro, me invitó una cerveza. Continuó haciendo repetidos movimientos con las manos relatando cosas que no entendía. Yo movía la cabeza diciéndole; “sí, sí, entiendo, entiendo”. Al cabo de un rato la situación perdió el sentido y decidí moverme a otra mesa. Le dejé un par de cigarros y le di las gracias por la bebida. Atrás había una mesa vacía, tomé asiento. Pasado un rato la sordomuda se marchó. Parada en la salida del bar, se despidió de mí; movía la mano y ponía la palma en el pecho, justo en el corazón, le contesté de la misma forma.

La noche suplía a la tarde, los últimos rayos de sol, se desvanecían lentamente a través de las portezuelas de la cantina. Era una luz naranja, nítida. Por debajo de las puertas, se veían las piernas  de la gente que pasaba. Eché una mirada al bar, varios hombres solos ocupaban las mesas, otros bailaban, la barra estaba repleta, la risa y los insultos humedecían la atmósfera aumentando el calor. 35 grados, aún seguía haciendo calor aunque fuera noche. Poco a poco entraban las mujeres solas. Ocupaban las mesas junto a los hombres. La mayoría adultas y algunas jóvenes. La mujer seducía al hombre y luego tomaba asiento. El hombre le servía un poco de su bebida en un vaso que los meseros ponían inmediatamente en la mesa. El viejo orden.

Así entraron varias mujeres, era mi turno. Hola muchacho ¿Porqué tan sólo? Soy de esos hombres que vienen a beber solos, como el resto. ¿Te molesta que me siente? Preguntó. Claro que no, adelante. El garrotero trajo un vaso para ella, lo llené; me gustaba mirar como el cuerpo marrón de la cerveza llenaba el recipiente. La mujer era mayor, llevaba un vestido negro. Descolorido, con unas pequeñas marcas producidas por el uso, se notaba que había intentado remendarlo ella misma. Tenía un collar y aretes de fantasía, el pelo suelto, recién lavado, también negro. La forma del escote revelaba la mitad de sus senos, estaban bronceados. Pensé que no a propósito. Sus piernas eran maduras, no tan viejas pero parecían cansadas. Le calculé unos 40 cuando mucho 45 años. Cómo te llamas me preguntó. Ezra, le contesté. ¿Ezra, qué tipo de nombre es ese? No tengo idea, tal vez es bíblico. Puede ser. Entonces, eres algo así como un santo. Tal vez. ¿Tú cómo te llamas? Le pregunté. Marlene, respondió. Platicamos largo rato. Había algo en sus ojos que se encendía poco a poco. Se lo atribuí a la bebida. Después supe que era algo más. Sabes, me dijo, todos aquí buscan algo.¿Tú que buscas? No busco nada ¿A qué te refieres? Te ves diferente, eso quiero decir, siento como si te conociera. Yo tenía un hijo, Roberto. Lo tuve cuando apenas era una adolescente. El hijo de puta de su padre me abandonó a penas supo que estaba embarazada. No tuve el tiempo para darle la atención que se debe, tú sabes. Trabajaba todo el día y lo dejaba con una amiga. No se me dan las parejas, sabes a lo que me refiero. Nunca tuvo una imagen ejemplar, pero le di todo cuanto pude. Cuando creció, se metió en pandillas, drogas, cosas ilegales. ¿Quién era yo para ser un modelo de autoridad? Un día, a él y a varios los detuvieron unos policías, respondieron a balazos. Le metieron cuatro, uno le alcanzó el pómulo derecho. Cuando fui a reconocer el cuerpo, estaba completamente desfigurado. Como puedes ver, no tengo mucho, pero tenía ese motivo, mi hijo. Una mujer, sea lo que sea que haga, o a lo que se dedique, aprende a ser madre, y sabe dios que yo era una buena madre. Pero quiero decirte algo, no acostumbro hablar de esto, es algo que guardo dentro y no lo comparto. Nadie tendría porque saberlo. Cuando te vi, sentí la necesidad de hablarte. Hay algo en tus ojos que me orilló a hacerlo. Ahora me he dado cuenta, eres muy parecido a mi hijo, quiero decir físicamente. Pienso que si él siguiera vivo, tendría tu edad, era muy apuesto, sabes? Siempre pensé que podía conseguirse a cualquier mujer si se lo proponía. No me lo tomes a mal, eres muy guapo. Era necesario que te dijera esto. Espero no incomodarte, como te digo, no suelo decirle esto a nadie. Las palabras salían de su boca como una cascada. El rostro de la mujer se quebraba, sólo podía pensar en el rojo de sus labios y en el calor que iba en aumento. Cuando terminó de hablar, prendí un cigarro, le ofrecí uno, se lo encendí, el fuego era lento y tenaz. Le dije que no se preocupara. Que no había nada de que disculparse. No le dije que la entendía. Solamente que no se disculpara. Fue lo único que pude decirle. Desconfié. No iba de bar en bar tragándome todo lo que me decían. Eso sí, alguna vez escuché que en el reino animal, cuando las serpientes seducen y te hablan con la mirada, nunca mienten.

Los ojos de Marlene se humedecieron y fue como el final de un gran círculo. En fin, no estamos aquí por eso, bailemos un poco. Asentí. Nos pusimos al lado de unas parejas que llevaban rato bailando. Marlene me sujetó de la cintura. No se me da el baile, así que dejé que me guiara. Muévete con el ritmo, no es difícil, dijo. Dejé que la cosa surgiera por sí sola. Ya le iba agarrando, ella era una mujer muy capaz. El calor de su cuerpo era cómodo. Mi sangre empezaba a calentarse. En realidad era algo colectivo. Las parejas alrededor estaban en lo suyo. Un viejo besaba a un travesti sin importarle un carajo el mundo. Empecé a sentirlo, había caído en su juego, ya no me importaba si la mujer decía o no la verdad. Estaba encantado, el alcohol había hecho su trabajo. En ese momento pensé que todos en el bar estábamos convencidos de eso. A nadie le importaba nada. Todos cedían al calor y a la luz que apenas abrazaba sus cuerpos. A lo efímero. Si la muerte se atrevía a entrar, habría un brindis por ella, era bienvenida.

Te mentí, le dije, no me llamo Ezra, soy Ricardo. Nos besamos. Deslicé mis manos por su vestido, hasta las nalgas. Marlene hizo lo mismo. Terminamos de bailar y nos sentamos. Veía todo como en ráfagas. Encendí un cigarro. Marlene no dejaba de mirarme, me veía y se mordía los labios. Estaba posesa, yo también. Era tarde. El bar estaba a punto de cerrar. El lugar seguía un poco lleno. Todos seguían en lo suyo. Las mujeres, los hombres, eran todos como un gran equipo. Yo y Marlene bebíamos un licor de caña, PP López. Una pequeña botella. Lo servíamos en las rocas. El licor entraba como una Cobra recorriendo nuestro torrente sanguíneo, la dirección se había marcado. ¡Vamos a cerrar! Gritó el encargado. Nadie quería dejar el lugar. No queríamos vernos abandonados a la noche, a la humedad allá afuera. No queríamos dejar nuestro templo, nuestro paraíso. Salir a la tierra, como escupidos por un dios insensible.

Vámonos, conozco un lugar aquí cerca dónde podemos quedarnos, dijo. La seguí, llevábamos botella en mano. Caminamos unas cuadras mientras reíamos como enfermos. Eres maravillosa, le dije. Nos besamos. Tenía sujetadas sus nalgas con ambas manos. Sabíamos que pasaría después. Nos apresuramos a llegar a la cama más cercana. Mira, entremos aquí, ya me conocen, no hay problema, luego pagamos. Subimos las escaleras del lugar, Marlene ya llevaba llaves. Me sentía cada vez más sorprendido por ella. Abrió la puerta rápido. El cuarto era un agujero. Eso nos importaba menos que la mierda. Voy al baño. La seguí, la tomé de espaldas, subí mis manos por su cadera hasta sus pechos, los apreté con fuerza. Quítate esto, le dije. Se quitó el vestido con cuidado. Pensé que lo hacía de esa manera más por precaución, que por otra cosa. La prenda estaba a punto de caerse a pedazos. Nos tiramos en la cama, lo hicimos como animales desesperados. Como si nuestra vida dependiera de ello. Sigue, sigue Ricardo, no pares, no pares! A penas podía mantener el ritmo, estaba segado por el alcohol, pero la excitación era mayor, sentía el fuego de su sexo cubriendo mi miembro. Era una explosión. La cama rechinaba, parecía quejarse. Tenía a la mujer encima, viéndome a los ojos, sujetándome. De pronto me llamó Roberto. No supe que decir. Pereció no darse cuenta. Sigue, sigue así. Me gusta. Sentí que la situación estaba tomando un rumbo diferente al que pensaba, pero traté de evadir eso, tenía que concentrarme en lo mío. Más, más, ya casi llego, ¡Más rápido! Marlene apretaba mi pecho con ambas manos. Cerraba los ojos y entreabría la boca. Cuando estuvo a punto de llegar se reclinó hacía atrás, revelando sus costillas que se marcaban como cicatrices. En esa posición, su cuerpo se asemejaba a la forma de un arpa. Hacíamos una música increíble. No pares Roberto, no pares, sigue así, hijo. Cuando llegó, soltó un grito y se echó para adelante, moviendo la cintura, sintiendo todo el peso de su sangre subir de arriba para abajo, de adelante hacia atrás. La electricidad recorría el cuarto. Las bombillas de luz cálida y tenue palpitaban. Estábamos vencidos. Marlene me rodeó el estómago con el brazo y colocó su cabeza en mi pecho. La luz de cuarto era opaca. En el techo la pintura se resquebrajaba. Unos bichos pululaban sin esperanza al rededor del foco. Lo había conseguido, pensé. La mujer dormía. Sentía su aliento y el rumor del alcohol que salía de su boca. Pensé en irme, no tenía caso seguir ahí. Se rompería el encanto, ambos éramos solitarios, y debíamos continuar así. Entonces la mujer despertó como de un horrible sueño, se incorporó, me miró como lo había hecho a lo largo de la noche y dijo: Roberto, hijo mío, sabía que no estabas muerto, sabía que con el tiempo regresarías.

miércoles, 9 de enero de 2013

La búsqueda del fuego



El fuego es un elemento aparte, no es sólido, ni liquido. Es un agente de transformación. Nuestros antepasados descubrieron esto hace miles de años, desde eso, no hemos sido los mismos. En él descubrimos las dualidades, los contrarios. El fuego nos trajo el progreso y la destrucción. Heráclito sabía esto. El fuego es la deidad, la composición de todas las cosas.

Antiguamente las llamas vencían al bisonte, al jaguar, al enemigo, al frío, la tierra, y a la oscuridad. Aprendimos a cocinar los alimentos. Si nos distinguimos de otros animales, es porque tenemos conciencia del fuego. Nacimos de él, es nuestra tierra. Los árboles y plantes necesitan agua, nosotros; fuego. Este elemento transforma la materia, incluso la destruye, pero si se le controla, puede llevarnos a la evolución. Al cambio. Todo lo estático carece de dirección. Lo que no sufre cambio alguno es por ausencia de combustión. Los sentimientos son parte del combustible. Lo único que no sufre cambios, es lo que ya está muerto, y lo que está muerto no siente. En este sentido, el fuego es para mí, una metáfora. Las metáforas transforman las cosas, por lo tanto son fuego, la poesía también, la poesía es un combustible inagotable. Entiéndase a la poesía como violenta; todo lo que produce un cambio repentino, es violento en esencia; una bala, la colisión de un asteroide, los colmillos de un depredador, la determinación de la flecha, el veneno, el terremoto, el filo, los gritos desesperados, el curso imparable de la sangre, el latido, la tinta que mancha el papel, el torbellino, la mentira. La poesía, cuando es auténtica, produce el cambio, destruye, sino, carece de importancia y pasa a pertenecer al frío, a la muerte.

Los hombres empiezan a entender algo del universo, cuando observan el fuego en su niñez. Yo a esa edad buscaba hojas secas y periódicos para empezar la combustión. El motivo era la adoración de la flama, la transformación, la celebración de la vida mediante eso. Para los niños, el fuego es un portal hacia un recuerdo anterior, es el dios viejo, el camino, si a un niño no le interesa el fuego, difícilmente aprenderá algo. Cuando uno crece, el fuego se transforma, sigue ardiendo, pero la flama ahora toma forma de hombre, de mujer, de palabra, de sustancia; alcohol, perversión, furia. Ahora ya no juego con el fuego, lo conservo dentro, lo provoco sin la necesidad de la mecha o de la pólvora  Se ha vuelto un deber mantener el fuego con vida, recordar al dios. De eso depende el curso de mi suerte, La bebida es una buena forma de mantener interesados a los dioses. También conservar un lenguaje claro y determinado, decir y asegurar cosas como: "En la violencia encuentro algo auténtico".

Este no es un camino difícil si se mantiene la vista fija en el horizonte adecuado. Hay que estar atentos. Las mareas nos llevan sin darnos cuenta, hasta que nos apagan. Puedo decirte, que mantengas el fuego alejado de las mareas, de los lugares limpios y bien iluminados, de los profetas, de las máquinas ruidosas, de las cabezas brillosas y aceitadas, de las sonrisas falsas, de los cuchillos sin filo, de los misericordiosos, de los niños limpios con camisas blancas sin manchas de sangre, de los que nunca se equivocan, de los que siempre tienen la razón, de los sublimes y mediocres hijos de la apariencia, de los mentirosos eufemistas, que nunca (aunque lo sientan con toda su sangre) dirían: VETE A LA MIERDA.

Mantente cerca de la dirección, del combustible, de las montañas donde vuelan las águilas en la altura, de la leña, cerca de los hombres que vendieron su alma al diablo, cerca de las flechas de luz que cruzan valles oscuros, cerca del juego y del crimen, del azar, el sol, la sangre caliente, el error, de las bocas abiertas, de los puños cerrados, de la noche, de las garras de acero afilado, cerca de Paul V, de las huellas del asesino, de las orquestas muertas y degeneradas, y de nuestros padres abandonados por el sueño...

El fuego es movimiento, vida, cambio, presente. Mantente cerca de él. Los soles al perecer; hacen crecer sus llamas incendiando la galaxia para luego apagarse en silencio, dignamente, como quien gana una discusión, y se marcha a otra parte.