lunes, 25 de febrero de 2013

Asteroides

Ese loco de Khachaturian sigue tocando un vals esplendido. Me lo imagino dirigiendo bajo una parvada de cuervos confundidos y nauseabundos por tanto estruendo.

Afuera la lengua del diablo rebasa los 35 grados. Las casas, los mercados, los camiones, todo se incendia. Algún desesperado grita que se acerca el fin del mundo. Pendejadas. Hace falta que caigan 300 bolas de fuego para que eso pase, para que por fin los paranoicos se queden callados. Hace falta que el café empiece a saber a ropa sucia. O las medidas tributarias comiencen a cobrar la amputación de un miembro, el dedo pequeño de la mano derecha para pagar la tenencia del coche nuevo. Pero, creo que algo similar pasa en algún lugar del mundo, ¿no?  Sí, he escuchado de gente que ha tenido que pagarles a unos matones para continuar trabajando en el lugar donde lo hacen. Pagar para continuar viviendo. Pagar para trabajar, trabajar para que te paguen y así poder pagar para continuar con vida trabajando. En algún lugar alguien acaba de comprar un arma y está esperando al matón-cobratario. En algún lugar hay alguien que acaba de pagar por su vida después de sentir que se le salía una masa hirviente y olorosa por ahí.

¿Y nos cagamos con la idea de caigan asteroides? Cuándo el conductor de al lado es un imbécil por no dejarnos pasar. “Quién fue el último en entrar al baño, carajo dejaron la taza llena de orina”, “¿Tienes que hacer esos putos sonidos con la boca cuando comes?”, “Me cortaron el pelo más de lo que quería, ¡ME QUIERO MORIR!”. Asteroides, asteroides. A nadie le gustan. Entiendo que debe ser difícil, los Rusos corrieron despavoridos. Supe de señoras que gritaban antes de caer desmayadas: “¡Es el juicio final, dios mío!” En lo personal, a mí me parecen interesantes, me gustan. Quiero 500 asteroides, mejor mil.

Los cuervos siguen dando vueltas arriba de Khachaturian, enmarañados con la fuerza magnética del sonido.  Khachaturian era Ruso, posiblemente se hubiera impactado con los asteroides,  hubiera compuesto algo asombroso después de escuchar el estrépito. El suceso le hubiera llenado el torrente sanguíneo de nitrógeno. Ojalá caigan más asteroides, quiero 500, mil, dos mil, uno para cada uno de nosotros.

jueves, 7 de febrero de 2013

Condición



Los libros son como un par de manos que te sujetan. Como las raíces de un árbol que mantienen tus pies en la tierra. Te insultan, te ponen en tu lugar, te abren espacio entre los demás para que te acomodes reconociendo tu gracia o tu desgracia. Quienes no conocen su condición mortal, son los hombres que vuelan y nos ven desde arriba. Estos hombres enojan a los dioses, se creen como ellos. Los dioses son los únicos inmortales, y son dioses porque ya están todos muertos.

Manten la guardia



Todos esperan que bajes la guardia. Que sigas el camino bien iluminado. Que saques las manos de los bolsillos demostrando no esconder nada. Cuando te voltees habrás caído en su juego. Te degollarán con el cuchillo que traen en la espalda. No te fíes, lo harán. Te chuparán la sangre. Sé más astuto, más atento. Sea lo que hagas, no te pudras. Cuando te digan lo maravilloso que eres, sé desdeñoso. Piensa; ¿Porqué yo? Cuando te adulen, quédate callado. Míralos a los ojos un momento. Alza la guardia.

El peor error en los boxeadores es creer que el oponente está acabado sin que suene antes la campana. Cuando el peleador se confía y baja los puños (porque está cansado o porque piensa: "Gracias a dios, ha sido todo...")  puede que en ese momento el contrincante surja con un uppercut en la mandíbula; dejándolo en suelo, derrotado. Eso probaría que es un novato, que es todo lo contrario a lo que dicen. Así que, no te desesperes, la pelea no ha terminado, tal vez no termine. Pero será mejor que te defiendas el tiempo que puedas. Esquiva la mayoría de los golpes. Quizá persuadas por un momento a la muerte.

viernes, 1 de febrero de 2013

Oda a los árboles


Detesto a quién dice y expone que su vida es miserable. No importa si lo piensas, los seres humanos llegamos pensar cosas como esas en algún momento de nuestra vida, es hasta natural, saludable. Ahora, exponer eso como si fuera una bandera, es aburrido e innecesario. Todos peleamos guerras, pero no hace falta revelar el marcador. Ni sentirnos orgullosos de ganarlas. Solamente continuamos, eso es todo. Esa gente nunca se ha puesto a pensar en los árboles.

Los árboles son de los seres vivos más duros, tenaces y cabrones que existen. Están sujetos a la tierra y nada los mueve. Si cae una lluvia, la disfrutan. Si una tormenta azota, se mueven junto con ella. Algunos caen pero ahí siguen. Cuándo el relámpago les pega, continúan, sin quejarse, lo aceptan, piensan: Bueno, esto pasó, sigamos. Piensan cosas concretas y sencillas. No se abandonan a la masturbación neuronal como otros seres vivos. Esto por supuesto los hace más sabios. Aprenden del dolor. Cuando otros seres vivos les cortan una rama, sanan y conservan las cicatrices. Ellos entienden que así debe ser. Son el sustento de los débiles. Nosotros. Cuando los talan y apilan sus cuerpos para con ellos hacer mesas, sillas, guitarras o papel; piensan en que a eso vinieron al mundo. Con el trabajo de la fotosíntesis también, les gusta proporcionar oxígeno. Les gusta ser los pilares de la vida en los planetas de cualquiera de los universos.
Están conectados con todos los elementos. El agua es elemental para ellos. La tierra igual. El sol no los acongoja con el calor y el fuego. Lo disfrutan, es decir, los árboles son cínicos. Pueden aprender todo sin moverse a ninguna parte, todo el conocimiento que necesitan les llega de la tierra. Nos les importa viajar. Sin embargo sus semillas lo hacen.

En las ciudades. Los árboles no se preocupan por el smog, el cemento o los sonidos del claxon de la gente neurótica. A los árboles no les gusta el drama, los gritos, los pleitos innecesarios. No necesitan discutir, simplemente no hablan. Si el concreto llega hasta ellos, le hacen saber quién es más fuerte. Les gusta la música, se conmueven con los violines. Son solitarios por naturaleza, no tienen apego a nada, sólo a la tierra de la que se sujetan. Pareciera que no aman, pero sí, han desarrollado este sentimiento más allá que cualquier otro ser vivo, pero simplemente no lo entenderíamos.

Los árboles son terrenales. Concretos. Sus almas no le pertenecen al cielo o al infierno. Les importa poco el bien y el mal. Encuentran la muerte solamente con el fuego. Sus cenizas dan vida a otros árboles. Sus ramas arden en las hogueras de los que necesitan calor. Cuando arden, sólo piensan en eso, en arder. Los árboles no hacen planes para el futuro, son presente. No piensan, “voy a hacer esto” simplemente lo hacen. No pretenden ser como otros árboles. Ser más grandes o más frondosos, o blancos, naranjas, o rojos. Son como tienen que ser. Se aceptan. Piensan: Soy un árbol.

Sus copas cobijan al caminante. Bajo su sombra cubren a otras sombras. Los árboles poseen las más grandes de las sombras. No piensan en estar tristes, en suicidarse, en atascarse de antidepresivos.

Por lo contrario a ellos, soy humano. Aprendo de ellos. Nunca terminaré de entenderlos y está bien. Los considero viejos maestros. En este mismo momento estoy escribiendo en una hoja de papel que alguna vez fue un árbol, con un lápiz con punta de grafito que igual fue un árbol. Espero que haya sido suficiente tributo por hoy. Lo pienso humildemente. En relación a lo inicial, a quienes gastan su energía considerándose mierda y exponiéndolo como estandarte de guerra, a quienes se jactan de haber sufrido como puercos, quienes se consideran duros y no entienden lo que eso significa, sólo puedo decirles que me aburren. Eso es todo. Sólo sirven como pretexto para volver a pensar en los árboles