jueves, 31 de enero de 2013

Marlene

Acababa de llegar  a la cantina. Me gustaba el lugar por la enorme barra que lo atravesaba y el nombre en francés; Montparnasse. En Francia, Montparnasse era conocida como la calle de los poetas y las putas. Blaise Cendrars y Ezra Pound habían escrito y vivido en esa calle, al igual que un sin número de artistas de la época. Ninguno de ellos era tan importante como las putas, pero bueno, yo no estaba en Francia. Aún así, supongo que el olor y el motivo siguen siendo los mismos.

Tomé asiento en la barra junto a un vendedor de crucifijos, quiso venderme uno, le dije que no, se volteó a hacer lo mismo con el de al lado. No era un buen día para creer en dios con los 42 grados de calor en el infierno de allá afuera. Era medio día, el lugar se encontraba en la profundidad del centro de la ciudad. Estaba repleto de trabajadores de horario cortado que pasaban el tiempo ahí, esperando entrar de nuevo a la jornada, a la vez que ahorraban unos pocos pesos llenando sus estómagos con las botanas que venían incluidas con la cerveza. Una mujer que entraba se sentó junto al vendedor de crucifijos, sus ademanes eran marcados y balbuceaba cosas inentendibles, era sordomuda y también gorda; el vendedor de crucifijos le rodeó la caderas con el brazo, poco a poco iba bajando la mano hacía las nalgas, ella lo dispersaba con un movimiento brusco, y un ademán de “estate quieto”, reían, parecía un juego de niños.

Yo veía el humo que emanaba de mi boca. En la televisión pasaban un programa familiar. Era sábado. Alguien adentro del recuadro en el aparato, tenía que atravesar una piscina llena de pirañas, luego otra llena de cocodrilos y después un escampado con hienas adultas, todo esto mientras iba vestido con un traje de conejo rosado. Si acompletaba la travesía, ganaba un viaje todo pagado a un hotel de lujo en Can Cun. Contaría con chofer para ir a dar vueltas de medio día a las plazas comerciales, y con chalan para cargar con las compras y las sombrillas para el sol. El hotel tenía spa, restaurante gourmet internacional, show de delfines amaestrados, e instructores que amenizaban el ambiente en la piscina con juegos de pelota y gimnasia. Estaba inmerso en el programa. Alguien tomó el control remoto y cambió de canal a una repetición de la pelea de box de la noche anterior. No logré saber si el concursante ganó el viaje o si lo sacaron moribundo a causa de las pirañas, los cocodrilos o las hienas. Si lo primero pasaba, tal vez los dioses marcarían su sentencia y sería decenas de veces peor que luchar contra las alimañas. Ojalá, sea lo que sea que haya pasado, encuentre pronto la fortuna que busca.

Cavilaba cuando sentí una mano en mi hombro, era la sordomuda, sus señas eran claras y directas; quería un cigarrillo. Se lo ofrecí, le acerqué el encendedor y le di fuego, me miró a los ojos y empezó a mover ambas manos. Hizo repetidas veces el mismo movimiento y alzó los brazos un poco, haciéndome una pregunta. Quería saber por qué me temblaban las manos. Contesté. Aquello no tenía importancia. Apenas pude explicarlo. Por el gesto del cigarro, me invitó una cerveza. Continuó haciendo repetidos movimientos con las manos relatando cosas que no entendía. Yo movía la cabeza diciéndole; “sí, sí, entiendo, entiendo”. Al cabo de un rato la situación perdió el sentido y decidí moverme a otra mesa. Le dejé un par de cigarros y le di las gracias por la bebida. Atrás había una mesa vacía, tomé asiento. Pasado un rato la sordomuda se marchó. Parada en la salida del bar, se despidió de mí; movía la mano y ponía la palma en el pecho, justo en el corazón, le contesté de la misma forma.

La noche suplía a la tarde, los últimos rayos de sol, se desvanecían lentamente a través de las portezuelas de la cantina. Era una luz naranja, nítida. Por debajo de las puertas, se veían las piernas  de la gente que pasaba. Eché una mirada al bar, varios hombres solos ocupaban las mesas, otros bailaban, la barra estaba repleta, la risa y los insultos humedecían la atmósfera aumentando el calor. 35 grados, aún seguía haciendo calor aunque fuera noche. Poco a poco entraban las mujeres solas. Ocupaban las mesas junto a los hombres. La mayoría adultas y algunas jóvenes. La mujer seducía al hombre y luego tomaba asiento. El hombre le servía un poco de su bebida en un vaso que los meseros ponían inmediatamente en la mesa. El viejo orden.

Así entraron varias mujeres, era mi turno. Hola muchacho ¿Porqué tan sólo? Soy de esos hombres que vienen a beber solos, como el resto. ¿Te molesta que me siente? Preguntó. Claro que no, adelante. El garrotero trajo un vaso para ella, lo llené; me gustaba mirar como el cuerpo marrón de la cerveza llenaba el recipiente. La mujer era mayor, llevaba un vestido negro. Descolorido, con unas pequeñas marcas producidas por el uso, se notaba que había intentado remendarlo ella misma. Tenía un collar y aretes de fantasía, el pelo suelto, recién lavado, también negro. La forma del escote revelaba la mitad de sus senos, estaban bronceados. Pensé que no a propósito. Sus piernas eran maduras, no tan viejas pero parecían cansadas. Le calculé unos 40 cuando mucho 45 años. Cómo te llamas me preguntó. Ezra, le contesté. ¿Ezra, qué tipo de nombre es ese? No tengo idea, tal vez es bíblico. Puede ser. Entonces, eres algo así como un santo. Tal vez. ¿Tú cómo te llamas? Le pregunté. Marlene, respondió. Platicamos largo rato. Había algo en sus ojos que se encendía poco a poco. Se lo atribuí a la bebida. Después supe que era algo más. Sabes, me dijo, todos aquí buscan algo.¿Tú que buscas? No busco nada ¿A qué te refieres? Te ves diferente, eso quiero decir, siento como si te conociera. Yo tenía un hijo, Roberto. Lo tuve cuando apenas era una adolescente. El hijo de puta de su padre me abandonó a penas supo que estaba embarazada. No tuve el tiempo para darle la atención que se debe, tú sabes. Trabajaba todo el día y lo dejaba con una amiga. No se me dan las parejas, sabes a lo que me refiero. Nunca tuvo una imagen ejemplar, pero le di todo cuanto pude. Cuando creció, se metió en pandillas, drogas, cosas ilegales. ¿Quién era yo para ser un modelo de autoridad? Un día, a él y a varios los detuvieron unos policías, respondieron a balazos. Le metieron cuatro, uno le alcanzó el pómulo derecho. Cuando fui a reconocer el cuerpo, estaba completamente desfigurado. Como puedes ver, no tengo mucho, pero tenía ese motivo, mi hijo. Una mujer, sea lo que sea que haga, o a lo que se dedique, aprende a ser madre, y sabe dios que yo era una buena madre. Pero quiero decirte algo, no acostumbro hablar de esto, es algo que guardo dentro y no lo comparto. Nadie tendría porque saberlo. Cuando te vi, sentí la necesidad de hablarte. Hay algo en tus ojos que me orilló a hacerlo. Ahora me he dado cuenta, eres muy parecido a mi hijo, quiero decir físicamente. Pienso que si él siguiera vivo, tendría tu edad, era muy apuesto, sabes? Siempre pensé que podía conseguirse a cualquier mujer si se lo proponía. No me lo tomes a mal, eres muy guapo. Era necesario que te dijera esto. Espero no incomodarte, como te digo, no suelo decirle esto a nadie. Las palabras salían de su boca como una cascada. El rostro de la mujer se quebraba, sólo podía pensar en el rojo de sus labios y en el calor que iba en aumento. Cuando terminó de hablar, prendí un cigarro, le ofrecí uno, se lo encendí, el fuego era lento y tenaz. Le dije que no se preocupara. Que no había nada de que disculparse. No le dije que la entendía. Solamente que no se disculpara. Fue lo único que pude decirle. Desconfié. No iba de bar en bar tragándome todo lo que me decían. Eso sí, alguna vez escuché que en el reino animal, cuando las serpientes seducen y te hablan con la mirada, nunca mienten.

Los ojos de Marlene se humedecieron y fue como el final de un gran círculo. En fin, no estamos aquí por eso, bailemos un poco. Asentí. Nos pusimos al lado de unas parejas que llevaban rato bailando. Marlene me sujetó de la cintura. No se me da el baile, así que dejé que me guiara. Muévete con el ritmo, no es difícil, dijo. Dejé que la cosa surgiera por sí sola. Ya le iba agarrando, ella era una mujer muy capaz. El calor de su cuerpo era cómodo. Mi sangre empezaba a calentarse. En realidad era algo colectivo. Las parejas alrededor estaban en lo suyo. Un viejo besaba a un travesti sin importarle un carajo el mundo. Empecé a sentirlo, había caído en su juego, ya no me importaba si la mujer decía o no la verdad. Estaba encantado, el alcohol había hecho su trabajo. En ese momento pensé que todos en el bar estábamos convencidos de eso. A nadie le importaba nada. Todos cedían al calor y a la luz que apenas abrazaba sus cuerpos. A lo efímero. Si la muerte se atrevía a entrar, habría un brindis por ella, era bienvenida.

Te mentí, le dije, no me llamo Ezra, soy Ricardo. Nos besamos. Deslicé mis manos por su vestido, hasta las nalgas. Marlene hizo lo mismo. Terminamos de bailar y nos sentamos. Veía todo como en ráfagas. Encendí un cigarro. Marlene no dejaba de mirarme, me veía y se mordía los labios. Estaba posesa, yo también. Era tarde. El bar estaba a punto de cerrar. El lugar seguía un poco lleno. Todos seguían en lo suyo. Las mujeres, los hombres, eran todos como un gran equipo. Yo y Marlene bebíamos un licor de caña, PP López. Una pequeña botella. Lo servíamos en las rocas. El licor entraba como una Cobra recorriendo nuestro torrente sanguíneo, la dirección se había marcado. ¡Vamos a cerrar! Gritó el encargado. Nadie quería dejar el lugar. No queríamos vernos abandonados a la noche, a la humedad allá afuera. No queríamos dejar nuestro templo, nuestro paraíso. Salir a la tierra, como escupidos por un dios insensible.

Vámonos, conozco un lugar aquí cerca dónde podemos quedarnos, dijo. La seguí, llevábamos botella en mano. Caminamos unas cuadras mientras reíamos como enfermos. Eres maravillosa, le dije. Nos besamos. Tenía sujetadas sus nalgas con ambas manos. Sabíamos que pasaría después. Nos apresuramos a llegar a la cama más cercana. Mira, entremos aquí, ya me conocen, no hay problema, luego pagamos. Subimos las escaleras del lugar, Marlene ya llevaba llaves. Me sentía cada vez más sorprendido por ella. Abrió la puerta rápido. El cuarto era un agujero. Eso nos importaba menos que la mierda. Voy al baño. La seguí, la tomé de espaldas, subí mis manos por su cadera hasta sus pechos, los apreté con fuerza. Quítate esto, le dije. Se quitó el vestido con cuidado. Pensé que lo hacía de esa manera más por precaución, que por otra cosa. La prenda estaba a punto de caerse a pedazos. Nos tiramos en la cama, lo hicimos como animales desesperados. Como si nuestra vida dependiera de ello. Sigue, sigue Ricardo, no pares, no pares! A penas podía mantener el ritmo, estaba segado por el alcohol, pero la excitación era mayor, sentía el fuego de su sexo cubriendo mi miembro. Era una explosión. La cama rechinaba, parecía quejarse. Tenía a la mujer encima, viéndome a los ojos, sujetándome. De pronto me llamó Roberto. No supe que decir. Pereció no darse cuenta. Sigue, sigue así. Me gusta. Sentí que la situación estaba tomando un rumbo diferente al que pensaba, pero traté de evadir eso, tenía que concentrarme en lo mío. Más, más, ya casi llego, ¡Más rápido! Marlene apretaba mi pecho con ambas manos. Cerraba los ojos y entreabría la boca. Cuando estuvo a punto de llegar se reclinó hacía atrás, revelando sus costillas que se marcaban como cicatrices. En esa posición, su cuerpo se asemejaba a la forma de un arpa. Hacíamos una música increíble. No pares Roberto, no pares, sigue así, hijo. Cuando llegó, soltó un grito y se echó para adelante, moviendo la cintura, sintiendo todo el peso de su sangre subir de arriba para abajo, de adelante hacia atrás. La electricidad recorría el cuarto. Las bombillas de luz cálida y tenue palpitaban. Estábamos vencidos. Marlene me rodeó el estómago con el brazo y colocó su cabeza en mi pecho. La luz de cuarto era opaca. En el techo la pintura se resquebrajaba. Unos bichos pululaban sin esperanza al rededor del foco. Lo había conseguido, pensé. La mujer dormía. Sentía su aliento y el rumor del alcohol que salía de su boca. Pensé en irme, no tenía caso seguir ahí. Se rompería el encanto, ambos éramos solitarios, y debíamos continuar así. Entonces la mujer despertó como de un horrible sueño, se incorporó, me miró como lo había hecho a lo largo de la noche y dijo: Roberto, hijo mío, sabía que no estabas muerto, sabía que con el tiempo regresarías.

miércoles, 9 de enero de 2013

La búsqueda del fuego



El fuego es un elemento aparte, no es sólido, ni liquido. Es un agente de transformación. Nuestros antepasados descubrieron esto hace miles de años, desde eso, no hemos sido los mismos. En él descubrimos las dualidades, los contrarios. El fuego nos trajo el progreso y la destrucción. Heráclito sabía esto. El fuego es la deidad, la composición de todas las cosas.

Antiguamente las llamas vencían al bisonte, al jaguar, al enemigo, al frío, la tierra, y a la oscuridad. Aprendimos a cocinar los alimentos. Si nos distinguimos de otros animales, es porque tenemos conciencia del fuego. Nacimos de él, es nuestra tierra. Los árboles y plantes necesitan agua, nosotros; fuego. Este elemento transforma la materia, incluso la destruye, pero si se le controla, puede llevarnos a la evolución. Al cambio. Todo lo estático carece de dirección. Lo que no sufre cambio alguno es por ausencia de combustión. Los sentimientos son parte del combustible. Lo único que no sufre cambios, es lo que ya está muerto, y lo que está muerto no siente. En este sentido, el fuego es para mí, una metáfora. Las metáforas transforman las cosas, por lo tanto son fuego, la poesía también, la poesía es un combustible inagotable. Entiéndase a la poesía como violenta; todo lo que produce un cambio repentino, es violento en esencia; una bala, la colisión de un asteroide, los colmillos de un depredador, la determinación de la flecha, el veneno, el terremoto, el filo, los gritos desesperados, el curso imparable de la sangre, el latido, la tinta que mancha el papel, el torbellino, la mentira. La poesía, cuando es auténtica, produce el cambio, destruye, sino, carece de importancia y pasa a pertenecer al frío, a la muerte.

Los hombres empiezan a entender algo del universo, cuando observan el fuego en su niñez. Yo a esa edad buscaba hojas secas y periódicos para empezar la combustión. El motivo era la adoración de la flama, la transformación, la celebración de la vida mediante eso. Para los niños, el fuego es un portal hacia un recuerdo anterior, es el dios viejo, el camino, si a un niño no le interesa el fuego, difícilmente aprenderá algo. Cuando uno crece, el fuego se transforma, sigue ardiendo, pero la flama ahora toma forma de hombre, de mujer, de palabra, de sustancia; alcohol, perversión, furia. Ahora ya no juego con el fuego, lo conservo dentro, lo provoco sin la necesidad de la mecha o de la pólvora  Se ha vuelto un deber mantener el fuego con vida, recordar al dios. De eso depende el curso de mi suerte, La bebida es una buena forma de mantener interesados a los dioses. También conservar un lenguaje claro y determinado, decir y asegurar cosas como: "En la violencia encuentro algo auténtico".

Este no es un camino difícil si se mantiene la vista fija en el horizonte adecuado. Hay que estar atentos. Las mareas nos llevan sin darnos cuenta, hasta que nos apagan. Puedo decirte, que mantengas el fuego alejado de las mareas, de los lugares limpios y bien iluminados, de los profetas, de las máquinas ruidosas, de las cabezas brillosas y aceitadas, de las sonrisas falsas, de los cuchillos sin filo, de los misericordiosos, de los niños limpios con camisas blancas sin manchas de sangre, de los que nunca se equivocan, de los que siempre tienen la razón, de los sublimes y mediocres hijos de la apariencia, de los mentirosos eufemistas, que nunca (aunque lo sientan con toda su sangre) dirían: VETE A LA MIERDA.

Mantente cerca de la dirección, del combustible, de las montañas donde vuelan las águilas en la altura, de la leña, cerca de los hombres que vendieron su alma al diablo, cerca de las flechas de luz que cruzan valles oscuros, cerca del juego y del crimen, del azar, el sol, la sangre caliente, el error, de las bocas abiertas, de los puños cerrados, de la noche, de las garras de acero afilado, cerca de Paul V, de las huellas del asesino, de las orquestas muertas y degeneradas, y de nuestros padres abandonados por el sueño...

El fuego es movimiento, vida, cambio, presente. Mantente cerca de él. Los soles al perecer; hacen crecer sus llamas incendiando la galaxia para luego apagarse en silencio, dignamente, como quien gana una discusión, y se marcha a otra parte.